miércoles, 1 de febrero de 2017

Recaída.

Era una noche muy fría, sentía la necesidad de hablar con alguien urgentemente porque no quería caer, pero caí. Empecé a cuestionarme muchas cosas sobre mi vida:
"¿Alguien me querrá y me necesitará de verdad?"
"¿Y si todo lo que hago está mal?"
"¿Cuál es mi propósito en esta vida? ¿Lo tengo?"

Y así un sinfín de preguntas que no dejaban de atormentarme.
Por un momento vi el el teléfono de la casa, estaba al lado de mi escritorio. Deseé con muchas fuerzas que alguien llamara, pero qué va, era demasiado tarde, el reloj en la computadora marcaba la 01:45 a.m.. Me imaginé teniendo una profunda conversación con él después de tanto tiempo sin dirigirnos ni una sola palabra, por supuesto explicándole primero el porqué de mi llamada. Yo sólo quería contarle a alguien mis pesares, y él era muy bueno para eso, para escuchar sin emitir ni una sola palabra. De repente se cae la llamada y espero a que vuelva a llamar, pero eso no pasa sino después de 30 minutos exactamente y atiendo lo más rápido posible.
 Aló, ¿qué pasó?
 No sé, creo que se cayó la llamada
 Mmm sí, claro.
 ¿Ya te sientes mejor?
 Ahora sí.
 ¿Puedes llamarme tú? Tengo poco saldo
 ¿Y si no quiero?
 ¿Entonces tengo que obligarte?
 Oblígame...

El sólo hecho de escuchar su voz me calmaba, me alegraba el alma. No paraba de sonreír así no diera ocasión de. Mis respuestas eran apenas monosílabos, nunca sabía qué decir, me daba pena, quería que sus palabras traspasaran las mías. Esa última palabra dio pie a ciertos pensamientos, no pude evitar imaginar cuando teníamos intimidad a oscuras en ese cuarto, donde todo era muy silencioso y sólo se escuchaban nuestras respiraciones, de vez en cuando unas nalgadas.


Al cabo de un rato, decidimos que era mejor seguir la conversación por otro lado. Impacientemente esperé su mensaje. Los minutos pasan demasiado lento, quería escribirle, pero ya le había llamado yo y no quería parecer tan fastidiosa. Como semanas atrás había decidido que me arriesgaría a hacer cosas que antes no hacía por miedo o pena, lo pensé unas cuantas veces y le mandé el mensaje.


– ¿Me extrañas?

Lee el mensaje y no responde hasta después de una hora.


 ¿De verdad quieres saberlo?

– Sí, es obvio, por algo pregunto.

– A veces me tomo unos segundos para pensar sobre todas las cosas que hicimos juntos

– Todos los días

– No, todos los días no.

– Ah, bueno.


No quise decir más nada. Él dejó de responder y ya sabía que eso pasaría, que al día siguiente me escribiría con la excusa de que se había dormido y yo respondería con un "Okey".
Efectivamente así pasó, pero tenía esperanzas de que más tarde me escribiera. Luego lo acepté, acepté que debe partir, que no puede quedarse ahí esperando por mí porque no es feliz. Tan sólo si supiera que a veces tampoco lo soy, que también me tomo un tiempo para pensar en él, que muchas veces nos imagino encontrándonos nuevamente y morimos en los brazos del otro.

No siempre lo que más queremos nos hace bien o nos conviene, pero yo siempre voy a querer tropezar contigo, porque al fin y al cabo eras mi adicción favorita.







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