Te acercas lentamente, se juntan nuestras miradas taciturnas, te fijas a mis ojos y es ahí cuando sé que todo estará bien. Tu boca sedienta busca repentinamente mis labios quebrados, te posas en ellos y chocan formando una brillante e intensa aurora que se adueña de las bóreas y nos acobija.
Terminas en el momento preciso para rozar mis mejillas sonrojadas y transmitirme tu calor.
Apartas mi cabello por encima de la oreja y con los labios aún húmedos, susurras:
—Te quiero.
— Suspiras —
De repente siento que me transporto a mi cuatro, aquel pequeño y vacío lugar dónde todo se hace posible.
Con tus brazos cubres mi frágil cuerpo para luego hacerte oír otra vez:
—Yo no te lastimaré, te lo prometo. Algún día nos volveremos a encontrar. Te esperaré siempre en el mismo lugar.—
Buscas mi cara y aprietas mi cabeza contra tu pecho hasta el punto punto en el que puedo escuchar los latidos de tu corazón que cada vez se hacen más y más rápidos; como si trataras de explicarme algo.
Se agotaba el tiempo.
Te levantas de la cama.
Buscas tus botas sucias, abotonas tu camisa y luego te diriges hacia la puerta para encender la luz.
Abro los ojos...
