miércoles, 25 de junio de 2014

Realidad inventada.



Cae la noche sobre tus ojos, las estrellas decoran con sus luces el firmamento y la luna se convierte en testigo de este amor efímero. El frío nos da refugio haciéndose cómplice de aquel momento. 

Te acercas lentamente, se juntan nuestras miradas taciturnas, te fijas a mis ojos y es ahí cuando sé que todo estará bien. Tu boca sedienta busca repentinamente mis labios quebrados, te posas en ellos y chocan formando una brillante e intensa aurora que se adueña de las bóreas y nos acobija. 

Terminas en el momento preciso para rozar mis mejillas sonrojadas y transmitirme tu calor.
 Apartas mi cabello por encima de la oreja y con los labios aún húmedos, susurras:
Te quiero.
— Suspiras —

De repente siento que me transporto a mi cuatro, aquel pequeño y vacío lugar dónde todo se hace posible. 
Con tus brazos cubres mi frágil cuerpo para luego hacerte oír otra vez:
 —Yo no te lastimaré, te lo prometo. Algún día nos volveremos a encontrar. Te esperaré siempre en el mismo lugar.


Buscas mi cara y aprietas mi cabeza contra tu pecho hasta el punto punto en el que puedo escuchar los latidos de tu corazón que cada vez se hacen más y más rápidos; como si trataras de explicarme algo. 
Se agotaba el tiempo.


Te levantas de la cama. 
Buscas tus botas sucias, abotonas tu camisa y luego te diriges hacia la puerta para encender la luz.

Abro los ojos... 
ya no estás.